
1958
Se estrena la película ¨ El Pisito ¨.
Canción de éxito ¨ Torre de Arena ¨ por Marifé de Triana.
- ¡Le ha matao, le ha matao! ¡le ha matao, le ha matao! - vociferábamos al salir en tumulto borreguil por la salida de emergencia del cine Montija que daba a la calle Topete.
Un profundo olor a pies, a sobacos y a pipas lo impregnaba todo. Esa tarde echaban, al decir de mi amigo Miguél, “La Espada Lamasco” y “El Temible Muslón”.
- Que no hombre, que es “La Espada de Damasco”
- ¡Eso! y ¡El Temible Muslón!
- ¡que no, joder! ¡El Temible Burlón!
- ¡Vete a tomar por culo!
Y así quedaba zanjada la cuestión.
Tenía fama de ser el cine con mejor pantalla y sonido del barrio. Era también el mas barato, en mis tiempos una peseta, programa doble, NODO y, casi siempre, documental incluido. Era famosa su “fila de los mancos” para parejas y servicios previo pago. Yo era demasiado joven para esas cosas pero no quita para que todos los chicos estuviésemos al tanto del precio de la paja y otras hierbas.
La tarde de cine solía comenzar con mi amigo Miguél gritando desde la calle para que bajase. El cine empezaba a las tres pero mi madre casi nunca tenía la comida temprano y de los chicos del barrio era casi siempre el último en comer. Con un plátano o una manzana en la mano bajaba las escaleras de cuatro en cuatro y era recibido en el portal con alegres recuerdos hacia mi padre y mi familia en general, como no había tiempo para polémicas, corríamos calle arriba comiendo el postre entre jadeos y llegábamos al cine sin respiración viendo como la cola daba la vuelta a la esquina.
Mientras esperábamos, uno de nosotros se destacaba hacia la taquilla para ver si conocía a alguno que pudiese colarnos, mientras tanto, se aprovechaba para seguir insultando a los que habíamos sido causantes del retraso.
El Montija estaba situado enfrente del Mercado de Maravillas. En el trozo que va desde Cuatro Caminos a Alvarado. Junto a la acera había una taquilla semicircular mugrienta y desconchada con una ventanita de cristales y marco de latón por donde se despachaban las entradas. Se accedía al cine por un pasillo largo igualmente desconchado y cubierto de carteles de cine y varias fotos rectangulares de las películas en proyección con las que te hacías una idea de lo que ibas a ver. Eso, la penumbra del pasillo y el creciente olor a cine, o sea, a tigre, te preparaba para entrar en esa otra dimensión de los sentidos, los sentimientos que tanto influía en nuestra imaginación y en nuestros juegos.
La sala central rectangular y profunda quedaba aislada por dos pasillos laterales cerrados con puertas de madera y ventanitas redondas por donde la gente que esperaba atisbaba la pantalla para ver como iba la película. Era también lugar de fumadores ya que en el interior estaba prohibido.
Aún con las luces encendidas se proyectaban fotos fijas, roídas por los bordes, amarillentas y llenas de cercos mugrientos que anunciaban casi siempre los mismos productos: ¡Orión...oh,oh,oh, Orión! oh, oh,oh, Orión! - se desgañitaba el público siguiendo el anuncio de la pantalla.
Cuando llega el mes de enero
Ni me asusto ni me altero…
Una heterogénea concurrencia llenaba las butacas, tenderos del Mercado de Maravillas, viejecitos al calor que les faltaba en las casas llenas de rendijas, niños, muchos niños, parejas que ocupaban las filas del fondo, gente de todo pelaje.
Y cuando emprendo un viaje
Por lo que pueda pasar
Al hacer el equipaje
Pongo un sobrecito OKAL
Okal, Okal, Okal es un producto superior, gritaba la sala con entusiasmo, al tiempo que el acomodador fumigaba por primera vez en la tarde con Ozonopino Rui-Ram, yendo de arriba a abajo por la sala.
Y sí que era cierto que tenía una gran pantalla y un sonido excelente, o al menos a nosotros nos lo parecía. Por aquel trozo de pared entelada pasaron cientos de legiones romanas, de guardias pretorianas con músculos de acero y escudos repujados, Hércules venciendo a la Gorgona, monstruos asolando ciudades de cartón, cruzados recuperando el Santo Grial, expediciones africanas llegando a la fuente de la eterna juventud, bucaneros, santos, descubridores... y también vaqueros repitiendo una y otra vez la misma historia de tiros.
"¿Qué es Norit?
Es Norit algo inaudito
Para dejar bien lavada
La prenda mas delicada
Eso dice el borreguito"
Y a pleno pulmón todo el cine,
"Me he lavado el vestidito
Yo mi blusa me he lavado
La he dejado muy blanquita
Muy sedosa me ha quedado".
Era un espectáculo ver cantar este anuncio a gente curtida que no se quitaba la boina ni la colilla del cigarro de la boca en toda la tarde.
Por fin se apagaban las luces entre un estruendo de pataleos y comenzaba la conocida música del NODO. Invariablemente el primero que ocupaba la pantalla era el Generalísimo acompañado de altos mandos militares o jefes de la falange inaugurando alguna fábrica, refinería, construcción de trenes o barcos y, por supuesto, pantanos unos terminados y otros a medio terminar de los que, todo hay que decirlo, deberíamos estar orgullosos y agradecidos la mayoría de los españoles.
También solía vérsele pescando gordísimos salmones en el río Sella. La maledicencia popular afirmaba que los guardas forestales del coto tenían preparados y medio atontados a varios ejemplares de estos acantopterigios que eran soltados a escasos metros para que recalasen prácticamente a los pies del Caudillo, “El Caldillo”, como se le llamaba en mi barrio. Otras veces el Gran Timonel salía a la mar y podíamos verle luchar a brazo partido con los grandes túnidos desde la popa del yate Azor. En otras ocasiones el Caudillo asistía a celebraciones religiosas rodeado de altos jerarcas eclesiásticos y desde luego bajo palio.
Aclararé que el palio es como una especie de paraguas o toldillo. El Diccionario de la Real Academia dice al respecto: “Especie de dosel colocado sobre cuatro o más varas largas que sirve en las procesiones para que el sacerdote que lleva en sus manos el Santísimo Sacramento, o una imagen, vaya cubierto de las injurias del tiempo y de otros accidentes. Usan también de él los Jefes de Estado, el Papa y algunos Prelados”. Que bonito esto de “las injurias del tiempo...”.
Abundaban también los reportajes donde doña Carmen Polo de Franco esposa del Generalísimo apodada “La Collares” por el populacho inculto y soez departía con los mandos de la Sección Femenina, asistía a inauguraciones, bautizos de alto copete, presentaciones de damitas de la alta sociedad o bailes folklóricos de las diversas representaciones regionales de “Educación y Descanso” y de vez en cuando visitaba alguna Casa de la Madre u Hospicio para supervisar el reparto de leche o la sopa que comían mojando pan niños con la boina calada hasta las orejas.
Nunca faltaban alrededor de sus Excelencias dignatarios de todo tipo bien trajeados, incluyendo bellas señoritas de la Sección Femenina de la Falange, falangistas, militares y diversas autoridades eclesiásticas. Todos ellos aparecían felices, bien alimentados y optimistas en contraposición con los hombres, mujeres y niños que durante muchos, muchos años, podía ver durmiendo a la entrada de la boca del metro de Cuatro Caminos, que es la que yo más frecuentaba.
Y terminado el NODO comenzaba la primera de las películas del programa doble con el consiguiente pateo de aprobación en el suelo de tarima.
Nuestro amor, pasión y apetencia del cine nos llevaba a devorar con los ojos cualquier cosa que se proyectase en aquella pantalla del cine Montija, o de los otros cines del barrio, El Metropolitano, Astur, Cristal, Europa, Murillo, Lido, Carolina, Iris, Quevedo, sólo por nombrar algunos de los más cercanos al barrio, porque también íbamos a muchos otros por todo Madrid.
Las películas españolas nos acercaban al blanco y negro de nuestra existencia, las americanas nos llevaban al mundo de los sueños.
Todos nos reímos mucho con Historias de la radio, Recluta con niño, El Tigre de Chamberí, La Trinca del aire, Los ladrones somos gente honrada. Mi amigo Miguél más que reírse se meaba literalmente en los pantalones.
Había otras que eran agridulces pero que nos tocaban muy hondo, Plácido, El pisito, El verdugo, Calabuch, Bienvenido mister Marshall, Los jueves milagro. Y a mí particularmente me quedaron en el recuerdo y la nostalgia, Calle Mayor, Esa pareja feliz, La vida por delante.
Una de las grandes ventajas del cine Montija era que no tenía entresuelo y por tanto no había que preocuparse de la intermitente lluvia de escupitajos, pipas y restos de meriendas a medio comer que, en otros cines, aterrizaban en las cabezas y cogotes de los que ocupaban el patio de butacas.
En el descanso entre las dos películas se atacaba la merienda. En esos tiempos los españoles empezábamos a emerger de la cruda penuria del pan con aceite y azúcar, de los arenques secos que después de quitarles las escamas y espinas aderezábamos con aceite de oliva y nos comíamos entre pan y poco a poco comenzaban a relegarse para caer en el olvido.
Desenvolvíamos los papeles de periódico y levantábamos la tapa del bocadillo: queso y membrillo, sardinas en aceite, chorizo, tortilla de patatas, chocolate, leche condensada untada en el pan. Mi madre hervía botes de leche condensada al baño maría y así se trasformaba en tofe, una crema marrón que extendíamos en el pan y que estaba para chuparse los dedos.
A todos nos atraía más la merienda del vecino que la nuestra. Así que dividíamos el bocadillo en múltiples pedazos que intercambiábamos con los amigos y daba lugar a mezcolanzas tales como sardinas en aceite con leche condensada, o membrillo con chorizo.
Todo lo comíamos tan ricamente. Sabido es que cuando un pueblo es rico y nada en la abundancia la comida queda en un segundo término y a veces se transforma en una obligación meramente de subsistencia. Pero ese no era nuestro caso y sabíamos apreciar cualquier cosa porque el zarpazo del hambre aún no se había alejado del todo.
El resto del tiempo, acabadas las meriendas, se consumía en comer pipas, más deprisa o más despacio según la tensión del argumento. De aquí que a los cines se les llamase también ¨palacio de las pipas ¨.
Y comenzaba la segunda película, el acomodador daba otra pasada rápida de Ozonopino Rui-ram que se añadía al heterogéneo olor de la sala, a estas alturas bastante espeso y consistente.
La concurrencia femenina bebía los vientos por los musicales, “Cantando bajo la lluvia”, “Un americano en París” , “Siete novias para siete hermanos”, y las más antiguas con la pareja irrepetible de Ginger Rogers y Fred Astaire, “Melodías de Broadway”, “Siguiendo a la flota”, “Ha nacido una estrella”, la gracia de Donald O´Connor, la belleza de Ann Miller, la sensualidad de Leslie Caron. "Lo que el viento se llevó" dejó a las féminas flotando entre nubes durante mucho tiempo, hay quien la vió cuatro o cinco veces, otras películas como "Mujercitas","Breve encuentro","Casablanca" les hacían soñar con personajes como Peter Lawford, Bogard, Leslie Howard, Gregory Peck, cuyos alter egos trataban de encontrar entre la cabaña nacional, objetivo harto difícil.
A la audiencia en general les gustaba las películas antiguas mudas que solían poner de regalo entre el NODO y el programa doble, Charlot desde luego, Buster Keaton, el portentoso Harold Lloyd y las dos versiones de "El Gordo y el Flaco" Stan Laurel y Oliver Hardy y Bud Abbott y Lou Costello.
En "Agárrame ese fantasma" de Bud Abbott y Lou Costello, acompañados por las alegres y soberbiamente timbradas voces de las hermanas Andrews, mi amigo Miguél se meó varias veces en los pantalones, lo que nos da idea de lo divertida que era la película.
A los chicos nos gustaban también las de amor y aventuras como “Mogambo”, “Cuando ruge la marabunta”, “El monstruo de tiempos remotos”, “La senda de los elefantes”, “La mano que aprieta”.
Y aunque la censura era férrea, de vez en cuando asistíamos al milagro de una cadera, una boca grande y prometedora o una mirada que nosotros nos encargábamos de imaginar más seductora y provocativa, mezcla de pasión y pecado como en "Gilda" de Rita Hayworth.
Pero, por encima de todo nos gustaban las de guerra, aquella sala soportó mil batallas bajo el estruendo de los cañones, el tableteo de las ametralladoras, el ruido de los aviones, las cargas de profundidad de los destructores, “Guadalcanal”, “Fuerzas aéreas”, “Objetivo Birmania”, “Casco de acero”, “De aquí a la eternidad”, “El puente”, “No eran imprescindibles”, y sobre todo las de barcos y submarinos, “Destino Tokio”, “Duelo en el Atlántico”, “¡Hundid al Bismarck!”, todas estas batallas nos daban pie para las inventadas por nosotros en El Canalillo o los desmontes de La Ciudad Universitaria.
Y, cómo no, allí vimos también verdaderas montañas de películas del Oeste, muchas de ellas muy malas, pero otras inolvidables, “Solo ante el peligro”, “La diligencia”, “Misión de audaces”, “Cuna de héroes”,"Flecha rota".
Así, calentita, pasaba la barriada las tardes gélidas del invierno madrileño, y salía con los ojos amarillos de ver tanto cine camino de sus casas donde continuaba otra vida, tridimensional y a la luz del día, que se afrontaba como se podía pero en la que flotaban a través de las tareas cotidianas las charlas y comentarios de aquel otro mundo que si bien éramos conscientes de su irrealidad nos proporcionaba esperanzas y alegrías para seguir tirando hacia adelante con la vida real y sus escaseces y fatigas por el módico precio de una peseta. Qué más se podía pedir.
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