martes, 16 de junio de 2009

9 - LAS FIGURAS DE BARRO





1950

Se realiza en Estados Unidos la primera emisión de televisión en color.

La película del año, Agustina de Aragón.



Mi padre tenía un amigo llamado Rafael. Era maquinista en la estación de Medina del Campo. A menudo trabajaban juntos en el mismo tren. Y a menudo en sus horas libres salían a charlar o iba el uno a casa del otro.

Un día me llevó a su casa, su mujer nos condujo a la parte de atrás donde su marido había dispuesto un tallercito junto al patio en donde se dedicaba a la cerámica siempre que tenía tiempo para ello.

Nos sentamos en unas banquetas alrededor de una mesa de trabajo. Su mujer me dio un vasito de anís y dos pastas de almendras. Por el suelo y las paredes había toda clase de cerámicas, vasos, platos, jarrones, ollas y cuencos, tazas, botijos, algunos pintados y la mayoría de su color de arcilla original. Rafael prendía en el patio la lumbre para calentar un pequeño horno en el que cocía las piezas.

- La arcilla la traigo ya lista de una alfarería del pueblo - dijo - pero aún recuerdo cuando la preparaba con mi padre.

Había aprendido el oficio ayudando a su padre que tenía un taller propio con el que se ganaba la vida. Traían grandes trozos de arcilla en un carro que amontonaban en algún rincón del alfar. Luego la desmenuzaban con una pala y la encharcaban pasándola por un tamiz una y otra vez hasta que tomaba una consistencia parecida al chocolate. Nos habló de las diferentes clases de arcillas y del efecto del calor al cocerlas.

- Mi padre nunca ganó lo suficiente con ese oficio - dijo - pero lo que sí sé, es que no lo hubiera cambiado por ningún otro.

Sobre la mesa del taller un ejército de figuritas se alineaban en perfecta formación, soldados romanos con escudo y lanza, mujeres de largas túnicas con jarros de agua sobre la cabeza, filas de pastores con una rodilla en tierra, viejas con pañuelo a la cabeza asando castañas, los tres reyes magos, Melchor, Gaspar y Baltasar, multiplicados una y otra vez, niños Jesús, la Virgen y San José, ángeles, bueyes, vacas, ovejas.

Rafael sacaba algún dinero vendiendo fuentes, cacerolas, cuencos, tazas, platos, pero su mayor alegría eran las figuritas del nacimiento que comenzaba a preparar unos meses antes de Navidad. Le daba tiempo a hacer muchas y siempre las vendía todas.

Las figuras no tenían un gran mérito, se preparaban rápidamente con unos moldes, lo difícil y que más le complacía era pintarlas. Con gran paciencia iluminaba todas aquellas piezas terrosas con rojos, azules y brillantes negros, el rosa para las caras, el marrón para los gorros y las medias, el azul pálido y el blanco para las ropas de la Virgen María.

Los pinceles muy finos y el buen pulso de Rafael delineaban el arco de las cejas, las bocas, los pliegues de la ropa. El ejército monocolor se iba transformando en un oleaje de tonos y matices que daban vida propia a cada una de las figuras.

Mi padre y su amigo hablaron largo rato de sus cosas y a mí me dieron la tarea de meter las figuritas terminadas y secas, una vez envueltas en un trozo de papel de seda, en pequeñas cajas de cartón en cuyo fondo ponía un par de puñados de aserrín. Fui con mi padre algunas otras tardes a casa de Rafael. Pero viajaba mucho y pronto dejamos de ir.

Llegó la Navidad y con ella los puestos de figuritas para los belenes. Mi madre me llevó a la plaza mayor a verlos pero ese año no tuvimos que comprar casi nada porque Rafael nos había regalado un belén completo. Lo montamos en el comedor y pasé muchas tardes mirando las figuras, avanzando a los reyes magos y a los pastores un poquito cada día, hasta que el veinticuatro de diciembre se juntaron todos alrededor del portal.

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