
1955
Coexistencia pacífica entre la URSS y USA
Se estrena “Recluta con niño”.
Se estrena “Muerte de un ciclista”.
Amanecía. Hacía ya largo rato que estaba despierto contemplando los muelles del somier de la cama de mi compañero de litera. La luz de la madrugada iba dando forma al dormitorio extendiéndose hasta el fondo del corredor donde un pábilo de vela alumbraba la imagen de la Virgen.
Despertaba la blancura de la toca de la hermana que dormitaba en una silla con los brazos cruzados sobre el pecho. El relente del Guadarrama, aun siendo el mes de Mayo, se colaba por los intersticios de puertas y ventanas venciendo el escaso calor del rescoldo de la estufa de leña.
Me di la vuelta en la cama sintiendo el agradable calor acumulado en el colchón. Quería disfrutar ese último momento de silencio que se rompería muy pronto con las palmadas y las voces de las hermanas y las novicias. Con las carreras a los lavabos, el vapuleo de los colchones, la inspección de las camas, las taquillas, la limpieza de los zapatos y botas.
Como cada mañana marchamos en fila hacia el comedor. Una larga fila proveniente de cada uno de los tres dormitorios. Desfilando al ritmo del silbato de sor Pilar.
Ocupábamos las mesas de madera en grupos de diez. El comedor olía agradablemente a café de puchero y pan reciente. De pie: bendice Señor estos alimentos que vamos a tomar.
Al toque de silbato nos sentamos a devorar el pan y el café con leche humeante.
El comedor era el lugar más acogedor del colegio. Hacía las veces de salón de actos para lo cual se disponía de una ancha tarima instalada en el frente del comedor. Al fondo, una mampara de madera se abría para convertir el comedor en capilla.
El sol entraba por las ventanas con la luz de otro día de primavera en las vertientes del Guadarrama.
Mientras desayunábamos, sor Pilar nos informó que íbamos a pasar el día visitando La Cruz de los Caídos en el Valle de Cuelgamuros, allí cerquita. Pero primero oiríamos misa de campaña en el campo de fútbol con las escuadras de falangistas que estaban a punto de llegar del campamento de Cercedilla.
Terminado el desayuno salimos a formar cada uno en su equipo correspondiente, yo en el mío de la Prudencia.
Por la carretera y ya entrando en el campo de fútbol llegaban las formaciones cantando:
Cubre tu pecho de azul, español
Que hay un hueco en mi escuadra
Pon cinco flechas en tu corazón
Llámame camarada.
Te enseñaré una soberbia canción
De amor y de luceros
Y marcharé junto a ti en formación
Por el campamento…
Fueron colocándose en medio del campo, siempre cantando, todos aquellos chicos mayores y también sus mandos que eran muchos de ellos de la edad de mi padre.
Llevaban pantalones largos y cortos, camisas azules con la insignia del yugo y las flechas, correajes y boina roja, igual que los de Medina del Campo.
Ven a mi lado
Que allá en tu tierra
Cien camaradas nuevos esperan
Para saber por ti
Como sabrán por mí
Lo que tú y yo
Aprendamos aquí…
Oímos misa los falangistas y nosotros en un silencio profundo, al altar improvisado de campaña acudieron a comulgar todos, estuvieron de rodillas largo rato, el sol calentaba tibiamente y banderas y estandartes ondeaban con la brisa suave de la montaña.
Terminada la misa emprendieron de nuevo la marcha hacia el Valle de Cuelgamuros que quedaba muy cerquita del colegio.
Les seguimos todos los niños en fila, con varias monjas y ayudantes que cuidaban de que no se perdiera nadie.
Comenzamos a subir la carretera al monumento entre grandes extensiones de pinos, robles y olmos, jaras, romero y tomillo, los falangistas, delante de nosotros, seguían incansables entonando canciones, a mitad de camino paramos junto a los que llamaban las hermanas Juanelos a coger aliento. Mientras descansábamos nos dijeron que aquellas grandes columnas habían sido encargadas por Felipe II a su relojero, Juanelo Turriano, y que las habían traído desde unos pueblos de Toledo donde llevaban mucho tiempo abandonadas.
Desde allí se nos hizo muy larga la subida, cuando llegamos nos quedamos todos con la boca abierta, en la explanada estaban ya formados los falangistas y otros muchos que habían llegado antes en autocares.
Delante estaba la entrada a la cripta y por encima emergía sobre la roca la altísima cruz con las figuras descomunales de los cuatro evangelistas en la base, San Lucas y el toro, San Juan y el águila, San Marcos y el león y San Mateo con un ángel. A ratos la neblina de la mañana no dejaba ver el final de la cruz, tal era su altura.
Pasamos al interior y tardamos en acostumbrarnos a la casi oscuridad que allí reinaba, era un túnel escavado en la roca, de grandes proporciones, allí no había figuras llenas de sangre sufriendo martirios, como en tantas iglesias a las que estaba acostumbrado, sino guerreros poderosos, figuras descomunales, puertas de bronce, estatuas de piedra.
Recorrimos toda la cripta y frente al altar mayor de granito pulimentado vimos la tumba de José Antonio Primo de Rivera, en la cúpula de mosaico policromado ángeles y soldados, sacerdotes y monjes parecían ascender hacia la presencia de Dios. En las capillas laterales nos dijeron que estaban enterrados muchos españoles, mas de treinta mil, que habían luchado unos contra otros en la pasada Guerra Civil Española.
Salimos de nuevo a la luz y fuimos a sentarnos cerca de la explanada, nos repartieron bocadillos de tortilla y nos distribuimos en grupos.
Cuando ya casi habíamos terminado volvieron a formar los falangistas que estaban desperdigados visitando también el monumento. Sor Carmen dio una palmada y nos colocamos en filas, comenzando a andar de vuelta hacia la entrada del valle.
Atrás quedaban los falangistas que emocionados y a pleno pulmón cantaban con el brazo en alto:
Cara al sol con la camisa nueva
Que tú bordaste el rojo ayer
Me hallará la muerte si me lleva
Y no te vuelvo a ver.
Formaré junto a mis compañeros
Que hacen guardia sobre los luceros…
Mi escuadra se llamaba Prontitud y recuerdo que para entrar en el aula teníamos que formar afuera y desfilar cantando himnos falangistas. "Yo tenía un camarada....entre todos el mejor..."
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